Ayuda a las
víctimas de coerción sexual
La función del proveedor depende de los recursos
y el apoyo disponibles.
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"Cuando el médico me dijo que mis problemas
de salud estaban relacionados con lo que sucedía en mi casa, comencé a
entender lo que me estaba ocurriendo. Fue como si me quitaran una venda de
los ojos, y comencé a pensar que yo no me lo merecía".
— Sobreviviente de la violencia perpetrada por un
compañero íntimo, República Dominicana
La experiencia de esta mujer ilustra cómo, al
definir la violencia como una amenaza para la salud, los profesionales
médicos pueden alentar a las víctimas de la coerción sexual o del abuso
físico o psicológico por parte de los compañeros íntimos a que consideren la
posibilidad de realizar cambios positivos en sus vidas.1
Los proveedores de atención de salud reproductiva
están a menudo en una posición especialmente buena para detectar la coerción
sexual y atender a las víctimas, cuya mayoría son mujeres, ya que muchas
mujeres asisten sistemáticamente a los consultorios de planificación familiar
o de atención primaria de salud. Los proveedores de atención de salud
reproductiva también ven a menudo los efectos que la coerción sexual tiene en
la salud de sus clientas, como las infecciones de transmisión sexual
recurrentes y los embarazos no intencionales.2
Pero los proveedores de los consultorios de
planificación familiar y otros establecimientos de salud rara vez tienen los
conocimientos, aptitudes, recursos y apoyo necesarios para detectar los casos
de coerción sexual; ofrecer servicios médicos, de orientación y remisión a
los que son víctimas de dicha coerción; o documentar las pruebas de agresión
sexual.
La doctora Shireen Jejeebhoy, asociada principal
del programa de la oficina del Population Council de Nueva Delhi, India, en
un análisis reciente de las experiencias sexuales no consensuales de los
jóvenes en los países en desarrollo, observa: "Los programas de salud
sexual y reproductiva se basan en gran parte en la premisa de las relaciones
sexuales consensuales.3 Al mismo tiempo, los programas que tratan
explícitamente de las relaciones sexuales no consensuales a menudo se centran
únicamente en la mejora del manejo de los pocos casos de violación que se
notifican a la policía".
Abordar la coerción sexual más integralmente en
los servicios de salud reproductiva y de atención de salud de la mujer
plantea desafíos, pero también ofrece oportunidades de mejorar la calidad de
la atención. Los proveedores que comprenden cómo la coerción sexual puede
afectar a la salud de las clientas tienen mayores probabilidades que otros de
proporcionar asesoramiento pertinente en planificación familiar y reducción
de los riesgos sexuales. Además, tienen menos probabilidades de diagnosticar
mal las quejas crónicas resultantes del abuso. El fortalecimiento de los
servicios para las víctimas de la violencia también puede beneficiar a las
clientas porque el personal es más consciente de la necesidad de proteger la
privacidad de las mismas y mantener la confidencialidad de sus expedientes
médicos.4
Retos para los proveedores
A menudo, los proveedores se muestran renuentes a
abordar la coerción sexual u otras formas de violencia que experimentan sus
clientas. Entre las barreras que se han observado en cuanto a ayudar a las
víctimas están la incapacidad de pasar suficiente tiempo con ellas,
capacitación y aptitudes limitadas, falta de servicios de remisión o
intervenciones eficaces, inquietud acerca de las consecuencias legales y
temor a ofender a las clientas.5
Muchos proveedores simplemente no saben cómo
ayudar a las clientas que han sido víctimas de coerción sexual. En Sudáfrica,
sólo aproximadamente un cuarto de 354 proveedores entrevistados en hospitales
y centros de atención primaria habían recibido algún tipo de capacitación
relativa a servicios para casos de agresión sexual, y la capacitación que se
había impartido se había centrado en gran parte en cuestiones médicas y
forenses, y se prestaba poca atención a los aspectos psicosociales o las
actitudes del proveedor.6
La capacitación debe abordar las actitudes de los
proveedores porque tal vez sea difícil que éstos ofrezcan asesoramiento y
atención imparciales y sensibles a las víctimas si comparten conceptos
erróneos comunes acerca de la violencia y si tienen actitudes negativas hacia
las víctimas.7 Por ejemplo, en una encuesta de proveedores de
atención de salud reproductiva realizada en la República Dominicana, Perú y
Venezuela, más de la mitad de 79 entrevistados pensaban que el comportamiento
de algunas mujeres era "inapropiado" y que por lo tanto éste había
provocado la agresión por parte de sus esposos.8
La propia experiencia de algunos proveedores como
víctimas o perpetradores de coerción sexual puede influir en sus actitudes
hacia las clientas. En un estudio efectuado con enfermeras de salud pública
sudafricanas, 11 de 36 enfermeras notificaron que habían sido víctimas de
abuso sexual por parte de un compañero íntimo, y seis de ocho enfermeros
admitieron haber abusado de una compañera. Tanto las enfermeras como los
enfermeros pensaban que la violencia contra la mujer a veces se justificaba.9
A muchos proveedores les preocupan las
repercusiones de la coerción sexual y otras formas de violencia. Pero a
menudo notifican que se sienten frustrados porque no pueden
"resolver" el problema y porque algunas clientas hacen caso omiso
del asesoramiento que éstos ofrecen.10 Los instructores pueden
ayudar a los proveedores a comprender las dificultades que afrontan las
clientas que han sido víctimas de abuso y la importancia de ofrecerles apoyo
emocional.11
Transformación de los sistemas
La falta de apoyo institucional, recursos
comunitarios, redes de remisión y pruebas de intervenciones eficaces
compromete la capacidad de los proveedores de ayudar a las víctimas de
coerción sexual o de otras formas de violencia contra la mujer.12
A menudo se espera que los proveedores presten tales servicios por cuenta
propia después de asistir a una sola sesión o taller de capacitación acerca
de la violencia sexual.
Muchos expertos recalcan que la prestación eficaz
de servicios requiere que las políticas y los procedimientos para el manejo
de casos de violencia sexual contra la mujer se apliquen de manera
generalizada en todo el sistema de atención de salud.13 Esta
"estrategia de sistemas" requiere que se preste atención a los
detalles de la infraestructura clínica, como cerciorarse de que un
establecimiento tiene un archivador con cerradura para guardar los registros
de los clientes y una habitación donde las clientas pueden contestar
preguntas acerca de la violencia sin que las oigan compañeros, familiares u
otros clientes.14 También incluye dar apoyo al personal mediante
la capacitación y supervisión continuas y, quizás, designando a un
especialista en violencia o realizando reuniones mensuales para abordar casos
difíciles y ayudar a los proveedores a hacer frente al estrés emocional.15
En un ejemplo de ese tipo de estrategia de
sistemas, la Federación Internacional de Planificación de la Familia/Región
del Continente Americano (IPPF/WHR) y sus asociaciones miembros en la
República Dominicana, Perú y Venezuela analizaron todos los aspectos de sus
programas de salud antes de aplicar las medidas de detección de clientas que
habían sufrido coerción sexual, abuso sexual en la niñez y violencia en sus
familias. Los aspectos que se evaluaron incluían circulación de pacientes,
infraestructura del consultorio, capacitación del personal, protocolos de
tratamiento, formularios de historia clínica, sistemas de datos y convenios
con organizaciones de remisión. Las asociaciones miembros incluso cambiaron
sus procedimientos de contratación de modo que se pudiera preguntar a los
candidatos de empleo acerca de sus opiniones en cuanto a la violencia contra
la mujer, para encontrar a personas que compartieran el compromiso de las
organizaciones de ayudar a las víctimas.16
Se necesitan pruebas
La IPPF/WHR y sus asociaciones miembros en la
República Dominicana, Perú y Venezuela pudieron detectar los casos de abuso
sexual, físico o psicológico de las mujeres y ofrecer servicios integrales en
sus consultorios o mediante remisiones. 17 Entretanto, un número
cada vez mayor de otras organizaciones están adoptando los retos de detectar,
tratar y prevenir la coerción sexual y otras formas de violencia contra la
mujer.
En el Brasil, el número de hospitales públicos
que prestan atención integral a las mujeres que son víctimas de violencia
sexual aumentó de sólo tres en 1996 a 63 en 2001 gracias a la promoción de la
causa y la labor de capacitación de las sociedades obstétricas y
ginecológicas. Las actividades de detección de las clientas que han sido
víctimas de violencia y los servicios posteriores de orientación y remisión
se están sometiendo a prueba en los centros de atención primaria de salud de
São Paulo.18 Otra iniciativa financiada por la USAID, el proyecto
PRIME II, aumentó la concienciación acerca del abuso físico, sexual,
psicológico y económico de las mujeres y la necesidad de ofrecerles
protección legal contra tal abuso. También estableció servicios de detección,
asesoramiento y remisión para las clientas que habían sido víctimas de abuso,
en un consultorio de salud concurrido de Yerevan, capital de Armenia.19
En Sudáfrica, una alianza de personas y organizaciones está trabajando con el
gobierno para cambiar las políticas, aumentar la concienciación de la
comunidad y mejorar las respuestas del sector de la salud a la violencia
sexual.20 La puesta en práctica de programas allí ha ido a la zaga
de la reforma de políticas,21 pero se han formulado normas para el
manejo clínico de las víctimas de agresión sexual, y el gobierno se propone
capacitar a los proveedores de servicios para que las apliquen.
También están en marcha programas piloto
similares en países como Costa Rica, Bangladesh, India, Nicaragua, Filipinas
y Venezuela.22 Sin embargo, son pocas las actividades que se han
evaluado, y la mayoría de las evaluaciones que se han realizado se han
limitado a medir las tasas de detección o los cambios de las actitudes o de
las prácticas de los proveedores. La medición del impacto de la intervención
de los proveedores es difícil debido a la necesidad de depender de las
experiencias autonotificadas de violencia y a inquietudes de ética en cuanto
a que los miembros de grupos de comparación no prestan servicios.
Dado que se dispone de pruebas limitadas respecto
a la forma en que la detección y otras intervenciones de proveedores influyen
en la salud o en la exposición adicional de las clientas a la violencia
(véase Se debate si es aconsejable
detectar a las víctimas de la violencia), los expertos han pedido que se
realice una evaluación más rigurosa de tales intervenciones. Esto incluye, en
diversos entornos de atención de salud, ensayos controlados aleatorizados e
investigación cualitativa de mujeres que han sido víctimas de abuso físico o
sexual para analizar cuáles intervenciones piensan que son eficaces y por
qué.23
— Kathleen Henry Shears
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martes, 10 de julio de 2012
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